La mendocina Julieta Gargiulo y Miguel Ángel Courtade estuvieron unidos por el amor a la patria. Una formando parte de un grupo de mujeres que juntaba víveres para estos héroes y él combatiendo por su país. Una bufanda azúl se convirtió en una bandera.
Especial 4 Aniversario de ADN País
La de Julieta Gargiulo y Miguel Angel Courtade bien podría ser una historia para una novela. Una historia que se gestó en 1982 y tuvo un final feliz algunos días atrás en Mendoza.
La guerra apenas se iniciaba cuando Julieta, que por entonces era una joven mamá de cuatro hijos, decidió fundar un grupo llamado “Mujeres Mendocinas” con el objetivo de brindar apoyo a los combatientes.
El grupo llegó a tener 500 voluntarias quienes, durante un largo tiempo, desarrollaron una intensa labor humanitaria: hicieron colectas, enviaron víveres, tejieron abrigos y fabricaron gasas para los hospitales, entre otras acciones.
Una de aquellas cajas que enviaron en plena guerra y que contenía un pullover, medias, guantes, chocolates y una bufanda, recayó en un soldado de la clase 1963 llamado Miguel Angel Courtade, oriundo de Baradero.
“Me la entregó un brigadier y me pidió que repartiera el contenido entre mis compañeros. Así lo hice. Hacía muchísimo frío y todo lo que recibimos quedó en manos de mis camaradas de Vigilancia y Control Aéreo”, repasa hoy el “soldado”, de 60 años, en diálogo con ADN País.
Todavía recuerda la sensación agradable al abrir la caja: “Había de todo, alimentos no perecederos, guantes, un pasamontaña y una bufanda azul. El remitente decía ‘Mujeres Mendocinas’. Todo fue perfectamente repartido y yo me quedé con la bufanda, que usé desde el momento en que la recibí hasta finalizada la guerra”, recuerda.
Y agrega: “Muchos años después abrigó del frío a mis dos primeros hijos cuando iban al jardín y luego la guardé como un tesoro hasta el 25 de julio de 2015, cuando se llevó a cabo el acto por los 400 años de mi ciudad y pasó a ser exhibida en la sala Malvinas Argentinas del museo local”.
Fue así que desde 2015 hasta hace pocos días la bufanda se encontraba exhibida detrás de una vitrina junto a un cartel que reza: “Gracias, Mujeres Mendocinas”.
A pesar de los 41 años transcurridos, Miguel jamás se olvidó de ese gesto y decidió averiguar quiénes eran esas mujeres.
El destino, y la tecnología, le permitieron dar con Julieta Gargiulo, aquella mujer de corazón enorme que puso manos a la obra cuando la patria más lo necesitaba.
“El primer llamado telefónico resultó emocionante. Le conté quién era y le dije que conservaba aquella bufanda. Una bufanda que pretendía devolver, entregar a sus orígenes”, dijo Miguel.
Julieta y aquel soldado veterano se encontraron, finalmente, el 9 de julio pasado en el Memorial de los Caídos en Malvinas, en la Plaza San Martin de Buenos Aires, donde él le entregó la bufanda.
Más tarde Miguel viajó a Mendoza y Julieta le mostró ese símbolo que ya se había encargado de encuadrar y atesorar.
“La bufanda es en emblema de unión de los argentinos. Una vez más, unidos por un sentimiento nacional, sin confrontaciones ni grietas”, sostuvo Julieta a ADN País.
“Fue un encuentro emocionante, distinto, cargado de historia. Es la historia de un soldado de Malvinas, una mujer mendocina y la bufanda azul que vuelve a su lugar después de, nada menos, que 41 años. Siempre digo que el hilo rojo me ha seguido durante toda mi vida y acá hay otra demostración”, reflexiona.
“Esta bufanda le pertenece a usted, Julieta y aquí se la entrego para que esté donde debe estar”, le dijo Miguel y agregó: “Deseaba encontrar la punta del ovillo, ese grupo maravilloso que envió aquella caja a las islas. Una caja que seguramente fue de las pocas que llegó”.
Para Julieta, lo sucedido fue “un grito de esperanza”. “Es una situación mágica e inesperada. Muchas de las mujeres que formábamos el grupo ya no están pero conservaré esta bufanda como si fuera una bandera”, anticipa.
“La bufanda azul es un trofeo muy importante que sintetiza el trabajo que realizamos junto a un equipo”, dice.
Recuerda el 3 de abril de 1982 cuando, horas después de que las tropas argentinas recuperaran las Islas Malvinas, levantó el teléfono, llamó a su amiga Gloria González Arenas de Funes y le dijo: “Hagamos algo, hay que ayudar a nuestros hombres que luchan en el Sur”.
Acababa de fundar una agrupación sin fines políticos mayoritariamente integrada por mujeres que funcionaría durante los años más difíciles de la posguerra y que luego prolongaría su misión social: “Mujeres Mendocinas”, que llegó a tener en su lista nada menos que a cerca de 500 voluntarias.
Comenzaron realizando talleres para fabricar apósitos y luego enviaron elementos sanitarios a los hospitales, organizaron charlas y conferencias sobre los derechos argentinos, recibieron a los excombatientes y, más tarde, con el advenimiento de la democracia, se pusieron al hombro la tarea de difundir información sobre cómo iban a desarrollarse los actos electorales tras años de dictadura.
Mágister en Cultura Argentina y diplomada en Historia, la mujer valora el esfuerzo de otras tantas exponentes de Mendoza que volcaban sus ratos de descanso en favor de quienes estaban en combate y que dieron su vida por la patria.
“La vida me premió con esta bufanda que representa la unión argentina”, concluye.