Como cada 8 de marzo, todas las mujeres recibimos miles de saludos y elogios por parte del sexo opuesto, agradeciendo por ser madres dedicadas, hijas obedientes y mujeres femeninas, como si el rol de la mujer se basara solamente en esos tres fundamentos. Pero a la hora de reconocer, realmente, el aporte de nosotras al mundo, se limitan a minimizar nuestro trabajo a través del salario, rebajarnos a través de comentarios sobre nuestra vestimenta, o a golpearnos por no ser obedientes.

Como cada año, este día parece oportuno para salir a celebrar, haciendo apenas una vista de reojo a los motivos reales por los cuales se conmemora esta fecha como el día de la mujer: La histórica marcha de costureras en 1857, reclamando una mejora en las condiciones de trabajo y derechos más igualitarios; y la muerte de más de 100 mujeres en la fábrica Cotton Textile, en 1908, a causa de un incendio que se provocó en la misma, donde se acusó a sus dueños de encerrarlas para evitar que participaran de una protesta contra dichas injusticias laborales. Estos acontecimientos, además de la coincidencia de que transcurrieron en Nueva York, tienen un punto en común: El deseo de la igualdad por parte de la mujer. Sin embargo, parece que no hay hada madrina que cumpla este sueño.

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Muchas veces hemos escuchado (y hasta repetido) frases como “El hombre es más fuerte” o “La mujer nació para ser compañera”, en un intento de justificar la desigualdad. Y estas palabras, que parecen simples dichos largados de manera azarosa al aire, se expresan en los sueldos, en la discriminación, la cosificación, y la violencia hacia el género femenino.

En Argentina, según los datos que lanzó el Estudios Estadísticos de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (SRT), en el último trimestre del 2020, la brecha salarial entre hombres y mujeres es de un 16,4%, teniendo en cuenta el balance de las actividades que abarcan mayor cantidad de trabajadores. Sin embargo, a pesar de ser evidentemente arbitraria, esta problemática no es la más preocupante, pues los casos de femicidios, acosos y violencia le ganan ampliamente.

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Según un informe de observatorio de femicidios en argentina “Adriana Marisel Zambrano”, se han realizado 50 asesinatos femeninos en lo que va del 2021, lo que da una cuenta de la muerte de una mujer cada 32 horas. Son un cincuenteno de madres, hermanas, hijas, amigas, que dejaron este mundo de forma física, en las manos de personas que no respetaron sus vidas. En manos de hombres que, por una concepción de superioridad cedida por la sociedad, se sintieron con el derecho de arrebatarles la vida. Además, datos de la organización MuMalá revelan que el 29% de las víctimas había denunciado a su agresor, y el 19% tenía orden de restricción de contacto o perimetral.

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Entonces ¿qué celebramos hoy? Si no estamos todas, porque nos matan cada día; si no tenemos las mismas oportunidades de trabajo y salario, solamente porque “no nacimos para eso”; si ni siquiera la razón por la cual se conmemora este día da lugar a una festividad, sino más bien a una evaluación de lo que fue el sangriento camino de la mujer para conseguir los derechos que hoy, en pleno siglo XXI, disfrutamos todas.

Queridos varones, el mejor regalo que nos pueden hacer cada 8 de marzo no es un ramo de flores, tampoco chocolates, ni mucho menos una cena, o regalos ostentosos. El más grande presente que pueden hacernos es el respeto a nuestras vidas y la empatía a la situación social que cada mujer vive. También la reflexión al cambio en este camino, donde lo único que se busca es la igualdad de derechos. Obséquiennos las mismas oportunidades, y la tranquilidad de poder caminar por la calle sin el miedo de que van a lastimarnos, sin las mediocres justificaciones de los actos basadas en cuántos centímetros de tela lleva encima una dama.

Regálennos la vida.

Por: Daniela Conil