En el mundial de Italia, el 24 de junio de 1990, Argentina eliminó a Brasil con el inolvidable gol de Claudio Caniggia. El triunfo en el clásico en un campeonato imborrable
Junio es el mes de los mundiales, el mes de los recuerdos. Cada cuatro años, junio vibra al ritmo del fútbol. En los años entre mundial y mundial, los recuerdos cobran vida y alimentan nostalgias y sueños. Algo tiene junio con el fútbol argentino. Cuando Argentina jugó la final de un mundial en junio (1978 y 1986) ganó el título, cuando la final se jugó en julio (1930, 1990, 2014) se quedó con las manos vacías. Algo tiene junio y algo tiene el 24 de junio, cumpleaños de Messi y Riquelme y cumpleaños del gol más gritado.
Hace treinta años, se jugó el mundial más especial en el imaginario popular. Italia recibía la cita máxima del fútbol por segunda vez después de 56 años. Lejos estaba de ser la misma. Se encontraba en plena expansión económica bajo un modelo neoliberal. Era el primer mundo y lo refregaría al resto del planeta en la fiesta inaugural, más cerca de un desfile de modas que de una fiesta futbolística. Europa tampoco era la misma. Alemania se encaminaba a la reunificación. La Guerra Fría terminaba sin un disparo y con un ganador indudable. Sería el último mundial de la Unión Soviética y de Yugoslavia.
Ese mundial estuvo lejos de estar entre los mejores en cuanto a calidad pero por muchos condimentos fue único y especial no solo para la Argentina. Para Inglaterra, que volvería a meterse en una semifinal después de muchos años. Para Uruguay, que retornaba a un mundial después de larga ausencia con el plus de una agónica clasificación a octavos, donde le hizo fuerza al local. Para Camerún, que fue la sorpresa en el partido inaugural y casi le amarga la vida a Inglaterra en los cuartos de final. Y, obviamente, para Italia, con su sueño de alcanzar la gloria con un equipo que no jugaba bien pero que era durísimo y tenía el sueño de Cenicienta de Totó Schillaci, un siciliano que llegó como suplente y sería el goleador del torneo.
El mundial sería inolvidable desde la previa, cuando se estrenó el video de presentación con la canción "Un verano italiano" de Edoardo Bennato y Gianna Nannini
Los cuatro años previos a Italia 90 fueron para la Selección de Bilardo igual de frustrantes que los anteriores a México 86. Salvo contados partidos, el equipo nunca jugó bien. De entrada, el Doctor quiso formar un equipo de recambio generacional, más flexible a sus experimentos tácticos. De allí surgió una camada importante de los cuales varios llegarían al plantel mundialista (Basualdo, Sensini, Fabbri, Lorenzo, Troglio, Goycochea). Otros serían de la generación del 86 con buen presente (Giusti, Olarticoechea, Batista) estaban los inamovibles (Maradona, Ruggeri, Burruchaga, Pumpido) y jugadores que no atravesaron todo el proceso pero su momento pedía convocatoria (Caniggia, Simón, Serrizuela, Monzón, Balbo, Dezzotti, Calderón, Cancelarich, Bauza). En el camino quedaron dos de los favoritos de Bilardo y Maradona: el Tata Brown y Valdano, que se recuperó de una lesión pero no llegaba con ritmo "crucé el mar y me ahogué en la orilla" diría el delantero. Las dudas acosaban a Bilardo hasta el último día. No quería llevar a Caniggia, pedido a gritos por el público, pero que no convencía táctica y disciplinariamente al entrenador. Tenían chances Ricardo Gareca y Juan Gilberto Funes, de notable presente en el final de temporada de Vélez. Finalmente, Bilardo se decidió por Balbo y, por insistencia de Maradona, Caniggia.
Para el debut, en Milan frente a Camerún, Bilardo se decidió por un mix con mayoría de la nueva camada. Troglio y Caniggia apuntaban para titulares pero a último momento quedaron fuera de los once
Argentina jugó mal y perdió peor con Camerún. Cayó por 1 a 0 con un cabezazo débil de Omán Biyic que a Pumpido se le escurrió entre las manos. Caniggia entró en la segunda parte y su velocidad hizo que dos camerunenses fueran expulsados. También comenzaba a sentirse la hostilidad hacia Maradona. Sobre todo, los infames aplausos que atronaron en el estadio San Ciro cuando un defensor casi le parte el esternón de un planchazo.
"Si nos volvemos en primera ronda, no quiero volver. Prefiero que se caiga el avión" decía Bilardo, quien metió cinco cambios para el segundo encuentro. Adentro Troglio y Cani. Además, Monzón, Olarticoechea y Serrizuela por el lesionado Ruggeri. Contra URSS, en Nápoles, Argentina se sintió local y mejoró un poco. En el primer tiempo, Pumpido chocó con Olarticoeche y sufrió una fractura. Entró Goyco. No terminaba de aclimatarse, cuando un corner lo encontró mal parado. El cabezazo débil se metía junto al palo que custodiaba Maradona, quien al verse superado, estiró su brazo derecho y alejó el peligro. Como cuatro años antes en México, el árbitro no vio nada y todo siguió como si nada. Después Troglio y Burruchaga le darían el triunfo a la Argentina.
Contra Rumania, Bilardo repitió el equipo pero la lentitud de Batista ya era uno de los principales temas de conversación. Argentina tuvo unos minutos de claridad y se puso en ventaja pero el resto del encuentro no hallaba su juego, Rumania empató y casi le gana. Se logró el pasaje a octavos por la ventana. Clasificado como uno de los mejores terceros, el rival señalado era Brasil...
En la previa del encuentro, Maradona decía que no había chances. A su tobillo inflamado se sumaba una uña encarnada. El Diez entrenaba en ojotas. Al ser consultado por la prensa, Diego decía "Solo nos puede salvar un milagro". Brasil había ganado los tres partidos de la primera ronda y si bien no deslumbraba, le sobraba para ser más que cualquiera de los equipos de ese mundial, excepto Alemania.
Aquel 24 de junio de 1990 volvió Ruggeri al primer equipo y Giusti entró por Batista. El primer tiempo fue un monólogo brasileño. El juego no daba respiro y Argentina no podía reordenarse, Prácticamente no cruzaba la mitad de la cancha. Cada ataque hacía temblar a la defensa albiceleste. Goycochea miraba como pasaban los centros y los pelotazos. Solo la fortuna y la falta de puntería de Careca y Müller mantuvieron el arco argentino en cero antes del descanso.
La segunda parte parecía repetir la historia pero el asedio brasileño ya no era tan agobiante. Argentina cruzó un par de veces la mitad de cancha y hasta se pudo anotar un tirito de Burruchaga al arco. Brasil empezaba a sentir el desgaste y pese a su dominio ya no llegaba tanto. Eso sí, en una misma jugada, los palos salvaron a Goyco. Y ya se sabe: los goles que no se hacen en un arco... Hasta que la pelota llegó al diez y ocurrió otro milagro. Maradona la recibió unos metros antes del medio campo, enganchó entre tres y esquivó la marca de Alemao. Ya no era el mismo de cuatro años atrás. El tobillo dolía horrores y le impedía pisar con comodidad. Con unos metros libres, encaró y se le acopló Dunga. Se conocían de Italia. El brasileño sabía de sus dolencias y puntos débiles. No se le cruzó de golpe como los ingleses. Maradona ya no era el mismo de cuatro años atrás. No pudo sacar distancia ni velocidad. Dunga lo arrió hacia la derecha. No le dejaba cómodo su perfil hábil. Pero los magos tienen sus trucos y esta vez tenía un hábil asistente. Con Maradona jugado, los dos centrales brasileños salieron a atorarlo. Caniggia se despegó, hizo la diagonal hacia la izquierda al borde del off side. Maradona lo vio y, casi en el piso, tocó de derecha por entre la maraña de piernas.
Caniggia quedó frente a Taffarel. Amagó quebrar la cintura y darle de derecha pero decidió enganchar largo y dejar en el camino al arquero. El arco, como la gloria, quedó solo para él. Tocó de zurda y salió a festejar. Siempre serio, parco, de festejos poco elocuentes, esta vez el Hijo del Viento sonreía de oreja a oreja. El país lo gritaba a voz en cuello.
Brasil tuvo otra chance antes del final, pero a Muller se lo comió el pánico escénico. Ganó Argentina y pasó a cuartos de final dejando atrás nada menos que al cuco, al rivel de toda la vida. Se podía volver a soñar. Todo lo demás vendría después: los penales atajados por Goyco, las silbatinas al himno, los incidentes en la concentración (la detención de los hermanos de Maradona, el desgarro de la bandera argentina en el predio, las críticas al jefe de seguridad del predio que contaba los elementos del lugar por si se los robaban). Todos elementos que exacerbaron el nacionalismo de los hinchas pero sobre todo el caracter de los jugadores de un equipo que salvo en la semi frente a Italia, nunca jugó bien, que perdió la final jugando mal, pero resisitiendo hasta el final y cayendo por un penal que aún despierta dudas. Pero sobre todo, que logró identificación con una hinchada, que pese a la derrota, los recibió como héroes a su regreso.
Hoy se cumplen treinta años de aquella proeza. Uno de esos momentos que parecen detenerse en el tiempo y quedar inmortalizados en el inconciente colectivo.
La jugada de Maradona, la definición de Caniggia, el trámite adverso del encuentro, los chiflidos de los turineses las pocas veces que la tocaba el Diez. Todo conspiró para que el momento fuera único. Los que no creen en los astros, no pueden explicar que ese milagro haya ocurrido el mismo día del nacimiento de Messi y Riquelme. Si no es el día del fútbol argentino, pasa raspando.
Detrás de esta historia de gloria y loor, se esconde otra mucho más bochornosa: la historia del bidón de Galíndez. Supuestamente existía un recipiente con agua adulterada, que el masajista del equipo ingresó al campo en alguna jugada que requería de asistencia. Los jugadores argentinos sabían que de ese bidón no se podía tomar y los jugadores brasileños tomaron de él inocentemente. El efecto, parece ser, fue esa notable merma en el ritmo de juego de la verdeamarelha en la segunda parte.
El tiempo se lleva todo por delante. Olvidamos todo. Olvidamos donde dejamos las cosas que acabamos de usar. Olvidamos los compromisos que agendamos hace unos días. Olvidamos los nombres de gente que pasó por nuestra vida sin pena ni gloria. Olvidamos las promesas que nos hicimos de chicos. Pocas cosas quedan imborrables: la sonrisa de quien fue nuestro primer amor, los lugares que poblaron nuestra infancia, el aroma de las manos de nuestras abuelas, las canciones que acompañaron nuestra adolescencia. Pero seguro nunca olvidaremos eso momentos cuando las lágrimas fueron de emoción y el fútbol tiene mucho de eso.