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Buby, Galgo y Jet: los autos en miniatura made in Argentina

Forman parte de la historia de miles de argentinos que, de niños, jugaban con estos modelos de colección al alcance del bolsillo. Calidad de exportación que hoy se cotiza en dólares. La historia detrás de cada marca.

Viernes, 9 de Abril de 2021

Si uno hace el experimento de encontrarse con un argentino de cuarenta años o más, y le pregunta qué juguetes recuerda con cariño de aquellos años de la infancia, con seguridad más de uno dirá que los autitos de colección están en los primeros puestos. Y si ahondamos un poco más, y preguntamos si recuerdan alguna marca, no habrá dudas de que tres nombres sonarán en el aire de la nostalgia: Buby, Galgo o Jet. O los tres juntos.

Estos nombres no son otra cosa que las antiguas empresas que fabricaban autos en miniatura entre las décadas de 1960 y 1990 en la Argentina. Cada una con un estilo marcado, e incluso con fanáticos de uno u otro nombre. Conozcamos un poco la historia de cada una de estas marcas que nos dieron horas de diversión.


Buby

El hombre se llamaba Haroldo Mahler, y vivía en Ranelagh, una zona residencial ubicada en el sur del Gran Buenos Aires. Lo apodaban "Buby", y ese fue el nombre que eligió para bautizar a sus producciones, que vieron la luz allá por la década del 60. La casa de Mahler fue en principio el nacimiento de esta fábrica, en el garaje. Pero con el tiempo hubo que agrandar la zona de producción.

Haroldo Mahler, "Buby", junto al nieto de un antiguo trabajador de su fábrica de cochecitos.

Lo que distinguía a Buby era que sus autos respondían a lo que los chicos veían en las calles: creaban miniaturas de los modelos fabricados por las automotrices internacionales que estaban radicadas en la Argentina, con una fidelidad que en algunos casos era asombroso, teniendo en cuenta la tecnología que se utilizaba en ese entonces.

Con la llegada de los 70 hubo que hacer un cambio radical: el tamaño de las piezas. Es que en ese entonces fue muy amplio el abanico de modelos de cada marca, y la empresa de autitos de colección tenía que responder a la demanda. Por esto se fundó una planta en Villa General Belgrano (Córdoba). Con semejante cambio de sitio, y para ganar tiempo, Buby tuvo que abocarse a todos los procesos de fabricación de los cochecitos.

Las piezas salían de esta fábrica y viajaban hasta Ranelagh, donde a estas alturas ya se había ampliado y modificado la vieja fábrica original. Allí se terminaban de procesar los modelos en escala 1:43, al tiempo que se ensamblaban los coches con piezas sueltas que venían desde Francia. Estas piezas eran parte de un acuerdo comercial con la firma Solido. Pero los vaivenes y las crisis económicas argentinas obligaron a Buby a bajar las persianas a finales de esta década del 70.

Más tarde, a principios de 1982, se anunciaba la apertura de una fábrica en Don Torcuato, a 40 kilómetros de Buenos Aires. Allí se alcanzaron a crear más de 200.000 unidades. Con extremo esfuerzo, la firma llegó hasta 1995, con modelos como el Renault 19 como últimas piezas de su fabricación.


Galgo

El momento: años previos al comienzo de los 70. Los protagonistas: los hermanos Enrique y Roberto Pecareq, argentinos herederos de una acomodada familia italiana. Galgo vio la luz como fabricante de productos de bijouterie, pero rápidamente notaron que la industria juguetera estaba ganando terreno en el país. Contactaron a un experto matricero y le confiaron la responsabilidad de diseñar y sacar a la venta modelos a escala. El detalle es que no tenían la menor idea de cómo llevar a cabo estos productos.

Había ganas, sí, pero nada de técnica. Fue así que los primeros modelos de la marca Galgo eran fabricados en plomo (por lo que se rompían con facilidad), y se creaban con un molde de goma el cual, por las temperaturas alcanzadas, solía deformarse, dándole a los coches el aspecto de haber sido aplastados. Además de esto, los autos eran pintados a mano, con lo que no tenían un aspecto uniforme al sacarlos de las cajitas de cartón.

El camión de BJ, antigua serie estadounidense de los 70.

Pero esto no los frenó. Comenzaron a especializarse, y llegaron a fabricar también modelos de camiones, todos a un precio menor que sus competidores. Si bien la diferencia en el producto terminado era fácilmente visible, ofrecían al niño un producto de calidad y duradero.

A estas alturas (fines de los años 70), Galgo incursionaba también en la fabricación de videocassettes, otros juguetes de plástico y demás objetos. Pero era en Munro, provincia de Buenos Aires, donde la empresa tenía la filial de donde salían las miniaturas.


Jet

En 1974, la Compañía Gillette de Argentina buscaba diversificar sus líneas de productos. La economía de ese momento estaba cerrada a la importación, y no entraban juguetes del extranjero.

El director de marketing, junto a otros dos referentes de la empresa, presentaron un proyecto al director general de la compañía: fabricar autos en miniatura. La idea gustó, y fue en San Salvador de Jujuy donde se firmó el plan de fabricación.

Fiat 133 de la marca JET.

Como referencia sonora a la empresa Gillette, los "prototipos" fueron bautizados "JET". La calidad era inmejorable: robustos, pequeños, llenos de detalles, los modelos se especializaban en coches deportivos y hasta de Fórmula 1. De hecho, y como algo inusual para la época, la empresa replicó en miniatura el Brabham BT 42, de Carlos Reutemann. En total fueron 24 modelos que se vendían en caja de cartón.

¿Y dónde se conseguían los autitos? Por supuesto, en las jugueterías, donde había un vendedor especializado para aconsejar o evacuar las dudas de sus compradores. Pero también se los podía encontrar en kioscos, perfumerías y farmacias. Cualquier persona podía adquirir un JET, donde quiera que fuera.

Combo de dos coches. Al 10 de abril de 2021, este producto se vende a $24.000.

Párrafo aparte merece la feroz campaña publicitaria: diarios, revistas, radio, televisión y hasta publicidad en el cine. Los autos argentinos apuntaban a ser la sensación. Las ventas parecían ser imparables.

Lamentablemente, JET fue la empresa que menos tiempo estuvo en vigencia. En 1978, y por culpa del feroz plan económico pergeñado por José Alfredo Martínez de Hoz, Gillette tuvo que cerrar las puertas de su subsidiaria de juguetes en miniatura, mientras que las matrices fueron vendidas a Buby, la competencia.

Pantera L1, de la marca JET.

Aquellos cochecitos de nuestra infancia quedaron en pozos, o se cambiaron por otros juguetes, o se perdieron en alguna mudanza. Pero buscando en internet se pueden encontrar varios de ellos. Eso sí, la nostalgia tiene un precio: los autitos, muchos de ellos en perfecto estado de conservación, se cotizan en dólares. Y se ven nuevos, impecables. Como si la infancia nunca hubiera sido sacada de la cajita original.